2/12/10

IMATA MUNANKI JUAN

Estaba parado en la puerta con el hombre de terno. Miraba apenas con sus ojos rojos, llenos de rabia y miedo. El hombre vino a dejarlo, pero él no entendía, se sentía como un mensaje que no tiene destino. Se llama Juan. Le pedí que pasara: ¡siéntate ahí hijo, ahorita converso contigo! Intenté ser amable, pero después me daría cuenta de mi trato tan restringido. Cómo puede entender la amabilidad de otro ser, quien no ha conocido el amor fraterno. Cómo podría entender mi trato, quien no habla mi idioma. Lo entendí más tarde. Su mirada no dejaba de emanar llanto y un oscuro miedo. No se borraría en todo el día. Su cuerpo no dejaba de emanar un olor vomitivo.
Venía de un pueblo cuzqueño llamado Umuto, que muchos cuzqueños dijeron no conocer. Después me enteré que se escapó de su casa donde vivía con su madre y fue a parar cerca de Mazuko, porque al llegar pensó que era Puerto Maldonado donde vivía su hermano mayor. Dice que salió de su hogar porque no tenían qué comer.
Cuando entró a la casa, su risa se mezclaba con la de los otros niños, como si lo hiciera para sentir la alegría, pues la suya era imperceptible, como si él mismo no escuchara su propia voz, como si su alma estuviera escondida transformada en sombra. Le froté la cabeza diciéndole, hablamos después de almorzar, sabiendo que no me entendía, sólo obedeció.
Los demás niños le hablaban en quechua ¡imata munanki! Bajando la cabeza responde en tono más bajo aún. Los niños ríen y se burlan de su olor y su ropa tan sucia. Tenía el cabello muy duro, largo y levantado por el polvo, llevaba una cinta de jebe atada en la cabeza, parece haber estado enterrado vivo. Le preguntaron si quería cambiarse, responde: Manan! Le preguntaron si deseaba comer, responde: Ari! Le serví el almuerzo y me senté frente a ellos para verlos comer y observar a Juan. Después de unos pocos minutos, su plato estaba vacío, el hueso debajo de la mesa, cogió cada grano caído del plato para llevarlo a la boca. Hace cuánto no come, me pregunté. Quiero darle sopa. Les digo a los niños: Pregúntenle si quiere sopita. ¿Quieres sopita?- le dice Omar, el más pequeño. Todos reímos. Américo sonriente dice ¡no te entiende castellano! Y él empieza una interesada interrogación en quechua, sorprendido por la forma de comer del niño frente a él: ¿Hoy desayunaste?- Manan. ¿Ayer cenaste? – Manan. ¿Almorzaste? – Manan. ¿Desayunaste?- Manan. ¿Anteayer cenaste? – Manan. Así poco a poco, manan tras manan, a todos nos cogía un poco de pena y miseria en el rostro y el alma. Pero decidimos olvidarlo y más bien darle más alimento. Seguimos comiendo, riendo y oliendo el pestilente hedor de Juan, que a pesar del calor sofocante permaneció con cafarena de lana y casaca de cuero.
Es casi las seis de la tarde y continúo buscando un poco de ropa limpia para bañarlo y cambiarle. Le pregunté si quería cortarse el pelo: Manan, manan, manan. Más tarde lo bañé con diez bandejas de agua, durante una hora y media. Lavamos con escobilla sus uñas y le enseñamos cómo se usa el jabón y el shampoo. Parecía atrapado en el tiempo y la mugre de la vida.
Después de cambiarlo y traerle un espejo para que observe su nueva ropa, sonrió eternamente, yo sonreí hasta el infinito y mi corazón se hizo un poco más amplio, pude sentirlo. Entonces le pregunté: ¿Te corto el pelo? Manan. Sonreí, pensé que necesitaba un poco más de tiempo.

29/4/10

Relato de una mujer que fue golpeada y llora su dolor

Apareció por la calle como una luz que va extinguiéndose
entre el polvo y los rayos de sol que van muriendo también,
apretaba los labios para esconder la tristeza
cerrando los ojos como un velo de penas profundas.

Continuó con sus pasos, más cortos que antes,
con el cuerpo menos liviano y más adolorido.
Sus brazos en vaivén persiguiendo el ritmo del viento,
no era más que el aliento de la muerte al acecho.
Iba y venía, desapareciendo poco a poco de este mundo
intentando escapar de sus propios pensamientos.

La luz en sus ojos se hacía más opaca
y la fuerza en sus pies se derramaban por el suelo.
Aún seguía,
para ver si en el camino retornaba su vida,
aunque ese era el camino hacia el fin.