2/2/12

Yuca Yuca

Yuca es su apellido, el otro también. No sé si tiene padre o si tiene madre, tal vez ya no importa porque igual no están. Tiene cinco meses de embarazo, casi ni se nota. Ella es baja y delgada. No sé si comerá cada día. Su marido no la quiere, pero ella sí. ¡Qué tonta!, no paro de repetírmelo en la cabeza. No se lo puedo decir, quién soy para decirle que mis decisiones son mejores que las suyas. Ayer él le ha pegado. Le ha golpeado delante de su hijo Julio César. El niño tiene los ojos de ella, pero aún no tienen su tristeza. Recordando bien, ayer por la noche en la comisaría, el niño parecía el más triste, pero yo ensimismada en mis pensamientos y en cubrir los cigarros que llevaba en la mano, me concentraba para escuchar la voz del bebe dentro de su vientre. No pude escuchar. El policía hablaba muy fuerte y era amable, entonces debí prestarle atención.

Giovanna Yuca Yuca llegó antes de este día a mi oficina para hablar conmigo. Te va a abandonar le dije varias veces. No sabía cómo explicarle que él no la quería, que no la quiere y nunca podrá quererla. No sabía como romper su ilusión de mujer. Ella es tan sumisa que en este momento, con el cuerpo y la barriga adolorida quiere llevarle comida al marido que está detenido en la comisaría por haberla golpeado. Me indigna! Pero veo su rostro y lo entiendo todo. Antes que decirle lo tonta que es, le digo: Anda báñate un rato! Cámbiate y échate colonia, después vienes y hablamos. Tan obediente es Giovanna que inmediatamente se levanta y va a su casa.

Julio César no es hijo del cobarde pegador de ayer. Tiene otro padre, otro cobarde que los abandonó. Quién sabe dónde estará. Y a quién le importa además.
Este señor, el pegador, intentó varias veces que Giovanna aborte, le dijo que la dejaría si no lo hacía. Después se cansó de pedírselo y empezó a pedirle que deje a Julio César, que lo lleve a Cuzco y lo deje con su abuela. Julio César no se imagina todo esto. Cómo quisiera que fuese adulto, fuerte, que pueda golpearlo a ese en la espalda y lo patee con venganza. Pero si el niño fuera adulto: ¿Sería igual que el golpeador?. Qué pena! Mejor retiro lo dicho.

(Relato de un caso recibido en una Defensoría de Madre de Dios)