4/10/07

Los rastros del viejo Pancho.



a beneficio y recuerdo de tus 80 años Panchito.

De esos rostros andinos, con las arrugas sin sensibilidad ni vergüenzas, gruesas y resecas. De esas manos chancadas, marchitas, hartas de mugre, golpes y necedades, llenas de escamas apenas perceptibles. De esos ojos amarillentos, casi cubiertos por una lámina opaca, no son atendidos. Me recuerdan a los ojos de su perra fiel, parada frente a sus pies, cayéndosele las pulgas, rascándose ella misma la panza con los rastros del viejo........ De esos que son capaces de cumplir todos los años en una noche, soplando las velas cual ventarrones de su selva añorada. Cómo causa las gracias reconocer los desvaríos o la felicidad en la dimensión de aquel pancho.
Apenas me entra cierta curiosidad por saber qué deseo puede tener esa cabeza extenuada de dulzuras, pero más por la paciencia que te dibujan los años que por las dichas de la vida.
De esos pies, con nueva forma por los cayos que se han criado, y que a duras penas podrán salir cuando muera. De esos pelos, vellos, que se asoman por la nariz. Si pudiesen contar de aquella historia que oía medio a solas por las noches en mi dormitorio de infancia. Aquella historia de un diablo que el pancho disparó: cuando iba por las carreteras de la Aguaytia y la ventisca como en el día de la crucifixión de Jesucristo, un animal, más parecido a un chancho ladeaba la trocha. Él, escopeta en mano, la apoyo sobre su hombro y apuntó. Disparó. Este animal, elevando sus manos, tenía las palmas como Frankenstein, uñas largas y lineas muy marcadas. Así lo cuenta este viejo, y si alguna vez olvida algún detalle, debo decir que lo sabré como si me lo estuviera diciendo en el momento. De esa risa, como espantando maldades. A veces con sabor a desesperanza, buscando fingir, buscando caer bien, añorando su tierra. Hay viejo! querido Pancho, diría que eres un caso clínico si no fueras mi padre y conociera tus palabras tan diferentes en la realidad de los otros. De esas dimensiones bruscas, rústicas, sin entendimiento de lo moderno, lo prolijo irónicamente perfecto en tu ser de maderas. Obviamente recuerdo los improvisados talleres de carpintería en nuestra casa. Elévate pues! si todo lo puedes tú, después de que el chancho ese, se transformara en lagarto y rodó, rodaba montaña abajo. O no recuerdas que corriste también porque era como el fin del mundo, pero tan valiente caray! Pancho, bajaste y encontraste en medio de las hojas remojadas de tanta lluvia ucayalina, un hueso maloliente. Dime de esas extravagantes formas de reparar lo cotidiano para verlo útil. Si no fueras mi padre, serías tal vez Pancho Sangama.
Veo por ocasiones el camión (aún lo considero nuestro) aunque no pueda recordar ya ni el color. Cuéntame pues, sobre cómo envolviste el hueso en una hoja casi por romperse, pero mágicamente inmensa y la embolsillaste. Recuerda la risa del venado luego de que el hueso del diablo se perdiera, precisamente porque él, el mismo diablo(tú) la recogiera por su bien, dejándote la saladera en la caza. Entonces hasta los añujes y ronsocos se burlaban de ti.
De esas peinadas que todavía resiente mi cabeza y recuerda haber sido atada con alambre delgado. Sobretodo de ti, de los ochenta que llevas calzado, de los ocho sin madre, de los catorce sin tías y de tus hermanos repartidos, mi buen pero receloso Pancho.

1 comentario:

Unknown dijo...

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